jueves, 19 de noviembre de 2015

I can't fight the past,I can't fight the present

No tengo herramientas. Los fantasmas me rodean y me recuerdan los tiempos difíciles, que, en retrospectiva, son casi todos. Crueles, un poco mas, o menos, causan dolor, aunque ya casi no existen. Ellos son los que amé. Pero son mis enemigos ahora. Los obstáculos a mi felicidad. Oniro, por favor, llévate mis memorias, líbrame de la carga que suponen, limpia mi mente, mi alma al darme el dulce beso que me transportará a tu reino

lunes, 29 de junio de 2015

La Caída de la Calma


Uno a uno mis soportes fueron cayendo.
Los mecanismos que había establecido para mantenerme estable durante el periodo "sin" fueron faltando, fallando o resultando ineficientes. Esta costumbre mía de siempre buscar algún responsable distinto a mí puede ser perjudicial. Culpar a otros me desvía de las verdaderas varias de mi fracaso en conservar la calma: "hoy no pude verlos porque ellos no me avisaron", "hoy no pude relajarme, porque ella estaba mirando", "hoy no pude meditar porque tuve que levantarme temprano y tenia sueño", etc. Tal vez ellos no avisaran, pero yo no pregunté que pasó ni me anuncié con mucha antelación. Tal vez no pude relajarme porque estaba pensando en otra cosa, esforzándome por eso y no en mantener la calma, que ella esté mirando seguramente no fue el motivo real. Tal vez tenia ganas de dormir y subestimé la necesidad de meditar, para respaldar mi flojera.
En fin, mi estabilidad se rompió y arruiné el momento "con", tan esperado y corto. Pediría disculpas, pero no me perdonaría. Soy muy quisquillosa con esas cosas.




26 de junio del 2015

viernes, 26 de junio de 2015

El Séquito

- Quisiera estar un rato sola – le dije a mi Séquito. Ellos solo me miraron con cara de “esa no es decisión tuya”. Resignada, seguí caminando con ellos a mi lado.
¿Quién era yo para tener un Séquito? Realmente nadie, pero era parte de un tratamiento, alternativo a la internación. Debían “acompañarme” todo el tiempo, aunque yo lo definiría más como “espiar”. Ellos no tenían la culpa, aun así, los odiaba. La mayoría eran personas que nunca antes había visto, pero a juzgar por su forma de hablar, supuse que tenían algo que ver con el hospital del que me dejaron salir, no intente averiguar nada, me importaba una mierda. Pero algunos de ellos eran conocidos, mi prima A (la que una vez fue mi favorita), un compañero, D, de la facultad (realmente no sé por qué, o como llego a estar acá), un par de conocidos más, y por último, el único que no me resultaba repulsivo y que parecía agradarme, L, a quien había conocido en un viaje años atrás.
Odiaba tener que fingir estar sufriendo un duelo “normal”, odiaba que no me dejaran en paz en ningún momento, ni siquiera podía dormir con la luz apagada, o bañarme sin tener que preocuparme porque me están vigilando. Si no era el Séquito, eran las cámaras. Odiaba haber sido tan débil y haber enloquecido frente a todos cuando M murió. Odiaba ya no ser la “fuerte” y que ya no me dejen por mi cuenta, como siempre hicieron todos. Pero sobre todo, odiaba tener que fingir ante todos todo el tiempo que no estaba el cuerpo de M caminando al lado mío todo el tiempo, y que solo yo veía.
Nunca pensé que era un fantasma, ni por un instante. Si lo fuera podría reconocerlo. Pero este ente no era él, era una cosa extraña que estaba conmigo siempre desde que M murió. Una cosa extraña, que nunca había sentido o visto antes. Caminaba, me miraba, respiraba, y tal vez me hablaba, no puedo recordarlo.
Hacer que todos crean que estoy cuerda. Que soy normal, que el episodio de hace tres meses no fue algo fuera de lo normal, que ya lo empecé a superar, ese era mi objetivo. A veces lograba no llorar en todo el día, sobre todo cuando me dejaban que duerma todo ese día. Pero no podía hacerlo siempre. Me obligaban a salir a “pasear” al menos tres veces por semana. Y ahí era cuando se ponía difícil. Ver a la gente riendo, me hacía querer matarlos a todos de una forma salvaje y dolorosa. Nada personal, con nadie, simplemente, me generaban repulsión, todos y cada uno de ellos. Y el Intruso me daba más dificultades. Aparentar no era fácil si tenía la figura del amor de mi vida muerto al lado mío todo el tiempo.

A veces lloraba aunque mi Séquito estuviera presente, no podían acercarse a mí porque eso sería romper las reglas, su misión era “acompañarme y hacer que no me sienta sola”, aunque más bien, para mí era “contarle todo lo raro que la desequilibrada hace al doctor B, para ver si la encierran de nuevo”. El único al que le importaba más que el “cumplir las reglas” pareció ser L, él había estado conmigo una vez cuando yo necesitaba alguien con quien hablar, me sostuvo cuando parecía que iba a caer, y estaba ahora, haciendo lo mismo. Él era el único que conocía a M y sabia lo grande que era nuestro amor, hasta predijo que cuando lo nuestro se acabara, terminarían pasando cosas muy malas, para él, tuvo razón, pero solo yo sabía que se equivocaba, al menos en que lo nuestro no había terminado, M iba a volver.

23/24 de septiembre del 2013

miércoles, 24 de junio de 2015

Insight



Y mirando una pequeña abeja alimentándose de una flor, dejé, al fin, caer esa lágrima que segundos antes retenía, mientras sentía que una sonrisa invadía mi rostro... Acababa de volver a comprender, una vez más, la complejidad de la Vida y la maravilla que suponía su existencia... No es algo de lo que pueda cansarme...


27 de abril del 2015

Castigo (Ella II)

Son tiempos difíciles. Por más que quiera huir, ya no hay caso. Aunque pudiera irme, ¿Qué haría?
Me creen culpable. M me cree culpable. Y yo estoy empezando a hacerlo también.
Nunca me entere de quien se trataba, de quien era la mujer en el galpón.
Y ahora, sola y encerrada, solo puedo pensar. No siento ningún tipo de culpa. No pronuncie ninguna palabra cuando me interrogaron. Ni siquiera a él.
Pensando, pensando, pensando. ¿Que mas da? Eso es lo que queda  Ya no hay espacio para otra cosa. Ni nunca más lo habrá.  Y mi tempo se va acortando. Ya falta poco. Estoy sentenciada.
El día se va acercando lentamente, los segundos son como horas. Y al fin llega.
Salgo. Entro. Me siento. Me sostienen a la camilla. Hay gente mirando tras un vidrio. Lo busco pero no lo encuentro. Durante unos minutos, intentan convencerme de hablar. Se quedan sin respuesta se mi parte, ni siquiera una mirada. Solo miro el lugar. El último lugar que mis ojos van a ver. Tal vez después de esto me lleven a otro lugar, seguramente. Pero no voy a poder  verlo.
Siento que se abre una puerta, y casi al instante, lo siento. Él está ahí. Por un momento, todo se cae, más abajo de lo que estuvo desde el incidente. M camina hacia mí, seguido de dos personas, tal vez las mismas que lo acompañaron en el galpón. No lo sé, no las veo. Solo miro hacia un punto fijo, intentando mantener la compostura. Debí haberlo imaginado. En verdad, era bastante lógico. M debía ejecutar mi sentencia. No debí pensar que iba a hacer una excepción conmigo.

Le informan que me rehusé a hablar. Entonces, no intenta decirme nada, solo, toma la vía, me limpia el brazo, y con delicadeza lo perfora, hasta llegar a mi vena. Y ya no puedo más. Lo miro, él me mira, y veo el dolor, reprimido, en su mirada. Y una pregunta. “¿Por qué?”. Una lágrima se me escapa y cae sin que pueda evitarlo. Me suelta, suavemente, deslizando su mano sobre mi brazo, como una caricia. Fue su último acto de compasión hacia mí. Me estremezco, pensando en que nunca más podré sentirlo, nunca más. De un paso hacia atrás y se reúne con sus acompañantes, observándome todos. Aparto la mirada de sus ojos triste, y nuevamente miro el vacío. Espero, segundos, minutos, horas, días, semanas. No, solo son segundos, y mi vista comienza a nublarse. No resisto y quiero mirarlo, una última vez. M, mi M. Pero no puedo girar mi cabeza, no puedo mover los ojos, los cuales se van cerrando lentamente sin que pueda hacer nada. Se cierran. Ya no siento nada y me dejo llevar. La pesadilla eterna comienza.

17 de febrero del 2014

martes, 23 de junio de 2015

Anterior

Me encontraba de visita en mi Anterior, por alguna razón, solo saludé e intercambié pocas palabras con Ch, para luego entrar a la biblioteca y esperar, esperar algo o a alguien que no creo poder recordar, en todo caso, no es algo importante. Para aprovechar el tiempo, entre a la zona de estanterías de libros de matemática y me puse a buscar el Stewart. En medio de la búsqueda, bastante infructuosa, debo decir (claramente no iba a encontrarlo nunca por la naturaleza del contexto), alguien conocido, tampoco recuerdo de quien se trataba, me saluda y sigue de largo algo apurado, lo cual me hace dejar de buscar y comenzar a prestar un poco de atención a mi entorno. Noto, cierta atmósfera de tensión a mí alrededor, y no logro ver a nadie más cerca. Por lo tanto, empiezo a husmear entre las estanterías (que de a ratos cambiaban de estantes a muebles con puertas, y viceversa)
Veo a mí alrededor desplegándose una especie de operativo militar con "soldados" vestidos de negro rodeando el edificio en el que me encontraba. Cerca de la puerta de vidrio, empiezan a amontonarse unos cuantos, disponiéndose a entrar. Empiezo a querer salir de ese lugar, pero sin dejar de sentir muchísima curiosidad por lo que estaba desencadenando todo esto. Comienzan a entrar (a todo esto, nadie había visto que yo estaba adentro), entonces me oculto, y miro hacia arriba, para descubrir que hay un techo de vidrio, y en el segundo piso, un hombre con una especie de fusil y un chaleco antibalas, caminado rápidamente con una enorme sonrisa. Empiezo a mirar al hombre fascinada. Su cara tenía algo, como un dejo de maniático que a simple vista me decía que algo no estaba bien. Al mirarlo más detenidamente, comienzo a sentir miedo, por lo que me dispongo a salir, tenía un acompañante, al cual no recuerdo ahora, al que llevo afuera, saliendo por el lugar en donde los “soldados” habían entrado. En ese momento no había muchos cerca, porque una especie de explosión parecía haber ocurrido y habían ido a ver. Comenzamos a correr rodeando el edificio, viendo si había un lugar en donde refugiarse, mirando hacia arriba, veo al hombre otra vez, en la terraza, mirando hacia mí, sonriendo, preparándose a apuntarme, entonces corro, le grito a mi acompañante que me siga, y un soldado grita: “al apartamento!”, me sonó extraño, pero mi compañero señala hacia dos edificios blancos de una sola planta que se encontraba a unos doscientos metros de nosotros. Me pareció perfecto, a excepción de que debíamos atravesar campo descubierto para llegar allí. Corrimos en zigzag, sintiendo las balas impactar en el piso cerca de nosotros, mi compañero iba adelante, por lo que eligió uno de los dos edificios blancos y yo lo seguí. Entramos, cerramos la puerta, y unos minutos después, cuando el ruido cesó, me asome por la ventana que daba al edificio de la biblioteca. Los soldados ya no estaban, pensé que tal vez ya habían arreglado todo, entonces veo que las puertas se abren y toda la gente que estaba adentro sale corriendo, muchos hacia nosotros. Nos preparamos a abrir las puertas para que puedan refugiarse también, hasta que veo salir al hombre de la sonrisa, sonriéndome, mirándome, mientras la gente seguía saliendo. Entonces lo comprendí, Casi cuando ya era demasiado tarde. Una horda de una cincuenta personas corriendo hacia donde estábamos, y Él seguía parado mirándome. A punto de gritarle a mi compañero que cierre la puerta, me doy cuenta que es inútil. Ellos podrían entrar. Eran demasiados y la puerta no era fuerte, entonces abro la puerta y salgo, esperando su llegada y abandonando a mi compañero dentro, sentí culpa, pero lo que pensaba hacer, si funcionaba, no iba a funcionar para los dos, por eso lo dejé sin darle explicaciones de lo que iba a pasar; al salir, lo miro por última vez, sin dejar ver en mi expresión que era una despedida, le sonrío, y me doy vuelta, mirando al hombre que seguía parado en la puerta de la biblioteca, le sonrío también a él, con cierto sarcasmo, la horda había disminuido su velocidad, y solo estaban caminando rápido, pude verles los ojos al acercarse, miraban al vacío, tenían la mirada perdida, elegí a uno rápidamente, intente librar a mi cuerpo y mente del miedo, y borré todo rastro de emociones en mi, cuando se acercaron lo suficiente, imitando su mirada a la nada, me lleve de ese lugar al que había elegido, pude pasar desapercibida. Alejándonos del edificio blanco, intento ignorar el corto pero desgarrador grito de mi antiguo compañero. Paso todo el día con el ex miembro de la horda "sin alma". Hablamos, fue bastante interesante. El no siente deseos de ningún tipo, y cree saber cómo “ayudarme” a ser como el, que el Primero (así llaman al hombre de la sonrisa perturbadora) los había ayudado en principio y al ser convertido automáticamente aprendieron a ayudar. Me niego, por el momento, a recibir su ayuda. La horda se esparce por toda la ciudad, ayudando a la gente, y añadiéndolos a sus filas. La ciudad se ve mucho más tranquila y limpia. Según mi nuevo compañero me contó, el estar en grupo los vuelve un poco más agresivos, con eso explica que él no quiera convertirme por la fuerza. Sigo en la ciudad, no pretendo irme, vivimos en un lugar nuevo, parecido al edificio blanco fuera del cual nos conocimos. Me gusta pensar que somos amigos a veces, nos llevamos bien, creo que eso es suficiente. Sigo esperando encontrar al Primero, quisiera tener esa oportunidad, sé que es diferente a los demás, creo que tenemos mucho de qué hablar.


10 de junio del 2015



Ella

Corro con mucha dificultad hacia donde se encuentra Ella. Mi cuerpo es demasiado liviano, el aire demasiado denso, y mis pies apenas tocan el suelo, lo cual me dificulta ir a la velocidad que deseo. Mientras intento avanzar, noto el lugar en el que nos encontramos. Parece ser una especie de galpón vacío casi en su totalidad, salvo por esa fuerte mesa de algarrobo en la que yace el cuerpo inconsciente de la mujer, la cual me resulta ligeramente conocida. En la pared a mis espaldas, a unos veinte metros, se encuentra una gran puerta doble de metal, corrediza. Ella camina con tranquilidad hacia la mesa. Para, me mira y me dedica una sonrisa por unos segundos hasta que bajo la mirada hacia su mano izquierda. Un sudor frío me hace estremecer en cuanto veo el brillo del afilado cuchillo que sostiene. La miro nuevamente y ella rompe el contacto visual, pero sigue sonriendo y continúa caminando.
Se me hace cada vez más difícil avanzar, cada vez voy más lento, estoy a tan solo unos ocho metros de la mesa, pero siento que tardaría horas en llegar, a la velocidad a la que me muevo.
Cuando Ella llega a la mesa, deja el cuchillo a un lado, saca una jeringa con una aguja muy grande de su bolsillo, y tomándola con las dos manos, se la clava en el pecho, unos segundos después, la mujer inhala bruscamente y abre los ojos, sobresaltada. Seis metros. Ella la toma del pelo, le levanta la cabeza a la altura de la suya y la obliga a mirarla a los ojos, y puedo ver la sorpresa en la cara de la mujer al ver su sonrisa carente de alma. Le suelta la cabeza y la mujer vuelve a desplomarse sobre la mesa. Cinco metros. Veo como su mueca de miedo se transforma en una de horror al darse cuenta que no podía moverse. Ella toma el cuchillo nuevamente, se vuelve hacia la mujer, mirándola con un gesto de fingido aburrimiento, y luego de un profundo suspiro, desliza rápidamente el cuchillo, de forma horizontal, atravesándole el abdomen con el corte. La mujer lanza un chillido desgarrador, pero no se mueve. Cuatro metros. Con un brillo de diversión en sus ojos, Ella corta de nuevo, esta vez en forma vertical, dejando marcada una cruz, de la que empieza a brotar sangre. Más gritos. Tres metros. Da un paso hacia atrás, y contempla a su víctima como si fuera una obra de arte, se pasa la mano por su rojo y largo cabello, y, al fin, sonríe plenamente... y me mira. Su mirada revela mucho, lo entiendo todo. Me desespero. Dos metros. Sin vacilar, toma nuevamente del pelo a la mujer, que tiene la cara cubierta de lágrimas, y todavía sigue gritando, la despega de la mesa, y le corta el cuello, segundos antes que llegue a ella. Al tocarla, una potente luz blanca lo cubre todo por un instante, dejándome ciega durante unos segundos, al mismo tiempo me siento mareada, y escucho el sonido de metal oxidado de la puerta abriéndose. Desorientada, miro hacia abajo, mi mano izquierda sostiene firmemente el cuchillo que gotea sangre, mientras que los dedos de la derecha están todavía enredados en el cabello de la mujer. Con horror, suelto lo que hay en mis manos, y retrocedo hasta chocarme con una pared. Entonces levanto la mirada, y los veo... M, entrando, flanqueado por dos personas a cada lado. Me mira con desaprobación, caminando firme y rápidamente hacia mí. Me dejo caer y cierro los ojos. Ninguna explicación que pudiera darle tendría oportunidad de ser creída.



16 de febrero del 2014