- Quisiera estar un rato sola – le dije a mi Séquito. Ellos
solo me miraron con cara de “esa no es decisión tuya”. Resignada, seguí caminando
con ellos a mi lado.
¿Quién era yo para tener un Séquito? Realmente nadie, pero
era parte de un tratamiento, alternativo a la internación. Debían “acompañarme”
todo el tiempo, aunque yo lo definiría más como “espiar”. Ellos no tenían la
culpa, aun así, los odiaba. La mayoría eran personas que nunca antes había
visto, pero a juzgar por su forma de hablar, supuse que tenían algo que ver con
el hospital del que me dejaron salir, no intente averiguar nada, me importaba
una mierda. Pero algunos de ellos eran conocidos, mi prima A (la que una vez
fue mi favorita), un compañero, D, de la facultad (realmente no sé por qué, o como llego a
estar acá), un par de conocidos más, y por último, el único que no me resultaba repulsivo y que parecía agradarme, L,
a quien había conocido en un viaje años atrás.
Odiaba tener que fingir estar sufriendo un duelo “normal”,
odiaba que no me dejaran en paz en ningún momento, ni siquiera podía dormir con
la luz apagada, o bañarme sin tener que preocuparme porque me están vigilando.
Si no era el Séquito, eran las cámaras. Odiaba haber sido tan débil y haber
enloquecido frente a todos cuando M murió. Odiaba ya no ser la “fuerte” y que
ya no me dejen por mi cuenta, como siempre hicieron todos. Pero sobre todo,
odiaba tener que fingir ante todos todo el tiempo que no estaba el cuerpo de M
caminando al lado mío todo el tiempo, y que solo yo veía.
Nunca pensé que era un fantasma, ni por un instante. Si lo
fuera podría reconocerlo. Pero este ente no era él, era una cosa extraña que estaba
conmigo siempre desde que M murió. Una cosa extraña, que nunca había sentido o
visto antes. Caminaba, me miraba, respiraba, y tal vez me hablaba, no puedo
recordarlo.
Hacer que todos crean que estoy cuerda. Que soy normal, que
el episodio de hace tres meses no fue algo fuera de lo normal, que ya lo empecé
a superar, ese era mi objetivo. A veces lograba no llorar en todo el día, sobre
todo cuando me dejaban que duerma todo ese día. Pero no podía hacerlo siempre.
Me obligaban a salir a “pasear” al menos tres veces por semana. Y ahí era
cuando se ponía difícil. Ver a la gente riendo, me hacía querer matarlos a
todos de una forma salvaje y dolorosa. Nada personal, con nadie, simplemente, me generaban repulsión, todos y cada uno de ellos. Y el Intruso me daba más
dificultades. Aparentar no era fácil si tenía la figura del amor de mi vida
muerto al lado mío todo el tiempo.
A veces lloraba aunque mi Séquito estuviera presente, no
podían acercarse a mí porque eso sería romper las reglas, su misión era
“acompañarme y hacer que no me sienta sola”, aunque más bien, para mí era
“contarle todo lo raro que la desequilibrada hace al doctor B, para ver si la encierran de
nuevo”. El único al que le importaba más que el “cumplir las reglas” pareció
ser L, él había estado conmigo una vez cuando yo necesitaba alguien con quien
hablar, me sostuvo cuando parecía que iba a caer, y estaba ahora, haciendo lo mismo. Él era el único que conocía a M y sabia lo grande que
era nuestro amor, hasta predijo que cuando lo nuestro se acabara, terminarían
pasando cosas muy malas, para él, tuvo razón, pero solo yo sabía que se
equivocaba, al menos en que lo nuestro no había terminado, M iba a volver.
23/24 de septiembre del 2013
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