Son tiempos difíciles. Por más que quiera huir, ya no hay
caso. Aunque pudiera irme, ¿Qué haría?
Me creen culpable. M
me cree culpable. Y yo estoy empezando a hacerlo también.
Nunca me entere de quien se trataba, de quien era la mujer
en el galpón.
Y ahora, sola y encerrada, solo puedo pensar. No siento
ningún tipo de culpa. No pronuncie ninguna palabra cuando me interrogaron. Ni
siquiera a él.
Pensando,
pensando, pensando. ¿Que mas da? Eso es lo que queda Ya no hay espacio para otra cosa. Ni nunca más
lo habrá. Y mi tempo se va acortando. Ya
falta poco. Estoy sentenciada.
El día se va acercando lentamente, los segundos son como
horas. Y al fin llega.
Salgo. Entro. Me siento. Me sostienen a la camilla. Hay
gente mirando tras un vidrio. Lo busco pero no lo encuentro. Durante unos
minutos, intentan convencerme de hablar. Se quedan sin respuesta se mi parte,
ni siquiera una mirada. Solo miro el lugar. El último lugar que mis ojos van a
ver. Tal vez después de esto me lleven a otro lugar, seguramente. Pero no voy a
poder verlo.
Siento que se abre una puerta, y casi al instante, lo
siento. Él está ahí. Por un momento, todo se cae, más abajo de lo que estuvo
desde el incidente. M camina hacia mí,
seguido de dos personas, tal vez las mismas que lo acompañaron en el galpón. No
lo sé, no las veo. Solo miro hacia un punto fijo, intentando mantener la
compostura. Debí haberlo imaginado. En verdad, era bastante lógico. M debía ejecutar mi sentencia. No debí
pensar que iba a hacer una excepción conmigo.
Le informan que me rehusé a hablar. Entonces, no intenta
decirme nada, solo, toma la vía, me limpia el brazo, y con delicadeza lo
perfora, hasta llegar a mi vena. Y ya no puedo más. Lo miro, él me mira, y veo
el dolor, reprimido, en su mirada. Y una pregunta. “¿Por qué?”. Una lágrima se
me escapa y cae sin que pueda evitarlo. Me suelta, suavemente, deslizando su
mano sobre mi brazo, como una caricia. Fue su último acto de compasión hacia mí.
Me estremezco, pensando en que nunca más podré sentirlo, nunca más. De un paso
hacia atrás y se reúne con sus acompañantes, observándome todos. Aparto la
mirada de sus ojos triste, y nuevamente miro el vacío. Espero, segundos,
minutos, horas, días, semanas. No, solo son segundos, y mi vista comienza a
nublarse. No resisto y quiero mirarlo, una última vez. M, mi M. Pero no puedo
girar mi cabeza, no puedo mover los ojos, los cuales se van cerrando lentamente
sin que pueda hacer nada. Se cierran. Ya no siento nada y me dejo llevar. La
pesadilla eterna comienza.
17 de febrero del 2014